José Darío Rodríguez Cuadros es magíster en Sociología y doctor en Estudios Políticos de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Para construir su trabajo, el investigador partió de lo que consideraba una urgencia: entender la capacidad mediadora de las iglesias locales en Colombia en las regiones más afectadas por el conflicto, tomando como punto de partida el papel y los esfuerzos de curas locales, religiosas y agentes de pastoral social en relación con la paz.
Este libro se centra en cuatro regiones: La Diócesis de Barrancabermeja, la Diócesis de Tumaco, la Diócesis de San Vicente del Caguán y la Diócesis de Quibdó. La selección de esas regiones parte del conocimiento y del trabajo que habían realizado las dos primeras: Magdalena Medio y Tumaco. Fue en el camino y gracias al apoyo del Cinep que logré tener contacto con las diócesis en el Caguán y en Quibdó, y empecé a hacer allí un trabajo de campo que fue, fundamentalmente, de entrevistas a personas que vivieron o viven en el territorio y que han tenido esa experiencia de haber trabajado en momentos duros del conflicto armado. Así se decantaron las regiones.
El equipo de trabajo de la Pastoral Social Tumaco conversó con Rodríguez Cuadros sobre la influencia de la iglesia en los cuatro territorios abordados en el estudio y la situación actual de esta institución religiosa que continúa su misión evangelizadora en un contexto de recrudecimiento de la violencia y el conflicto armado.
Es una historia bien interesante. En esas cuatro regiones, desde tiempos de la colonia, ya había una presencia de la iglesia católica y de ciertas comunidades religiosas. Entonces, por ejemplo, en la región del Caquetá, ya en el siglo XVI, había una presencia fugaz de misioneros capuchinos, incluso de jesuitas. En la región del Pacífico hubo monjes agustinos y así ocurrió en las otras regiones donde la presencia de la iglesia fue constante desde hace varios siglos.
Sin embargo, el libro se centra en el siglo XX porque la presencia de la iglesia tiene que ver mucho con el Concordato de 1887. Ese es el momento en el cual el Estado y la iglesia en Colombia retoman sus relaciones y se convierten en vínculos de cercanía muy estrecha. Así, el Estado colombiano, por vía del concordato, le encomienda y le confiere a la iglesia sus funciones estatales en las zonas más apartadas del país. Lo hace por medio de las misiones de congregaciones religiosas y por medio de la delegación de la educación pública. Incluso la iglesia tuvo algunas competencias judiciales y del ordenamiento social. Desde comienzos del siglo XX están en el Pacífico nariñense la Congregación de los Agustinos y en Quibdó los claretianos. El Caquetá y el Meta fue una región que se le confió a los capuchinos y, después, a los misioneros de la Consolata. En el Magdalena Medio, finalmente, desde finales del siglo XIX, ya estaban los jesuitas.
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