6 febrero, 2025

DIÓCESIS DE TUMACO

“Si peregrinamos con María, vivimos con esperanza la Eucaristía”

BREVE HISTORIA DEL MILAGRO EUCARÍSTICO

Unos años antes de tales acontecimientos, dos agustinos recoletos fueron asignados por el santo obispo de Pasto, Mons. Ezequiel Moreno y Díaz (Hoy, San Ezequiel), para que cuidaran de las almas de aquellos parajes. Eran fray Gerardo Larrondo de San José, nombrado Párroco de Tumaco, y Fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino. Hasta el 31 de enero de 1906 habían ejercido su ministerio sin mayores dificultades, en medio de un pueblo de acentuada apetencia religiosa. Sin embargo, la mañana de aquel día, a las 10:36 a.m., la tierra tembló de un modo horrible, derribando todas las imágenes que se veneraban en la iglesia parroquial. invadidos por el pánico, los fieles acudieron al encuentro de los religiosos, rogándoles que organizaran una procesión para implorarle a Dios su protección en esa emergencia. Los Sacerdotes trataron de calmar a la multitud, infundiéndoles confianza, pero cuando les llegó la noticia de que el mar ya había retrocedido un kilómetro de la playa, se dieron cuenta de que estaban ante la inminencia de un trágico cataclismo.

La inmensa ola se detuvo: El padre Larrondo se apresuró a ir a la iglesia y sacó del sagrario una gran hostia consagrada y un copón para protegerla. Se dirigió rápidamente hacia la gente y levantando la Sagrada Forma exclamó: “Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa, y que Dios se apiade de nosotros”. La multitud, antes sobrecogida por el miedo, se vio animada por un valor inexplicable y, sin dudarlo, se encaminó hacia el peligro, impelida por la presencia de Jesús Sacramentado y por la fe de su pastor. Pronto el P. Larrondo ya se encontraba pisando el terreno antes bañado por las aguas. En la playa los feligreses no paraban de rezar, mientras divisaban a lo lejos una aterradora pared de agua que avanzaba a gran velocidad. Atónitos, contemplaban cómo el sacerdote, esperando impávido que la ola se acercara, erguía hacia lo alto la Sagrada Especie y con ella trazaba una gran señal de la cruz… ¡Un momento inolvidable! Si en el mar Rojo antaño las aguas se abrieron, aquí “la ola avanzó todavía un poco, pero antes de que el P. Larrondo y el P. Julián se pudieran dar cuenta de lo que estaba pasando, la población, emocionada y conmovida, gritaba: ‘¡Milagro! ¡Milagro!’. La inmensa ola que amenazaba con destruir el pueblo de Tumaco se detuvo de repente como bloqueada por una fuerza invisible más grande que la de la naturaleza, mientras que el mar volvía a su estado habitual”.

A los sollozos de terror se sucedieron lágrimas de alegría, y el P. Larrondo mandó que se dieran prisa en traer la custodia para entronizar la Sagrada Hostia, dos veces milagrosa. Entonces recorrió, con toda pompa, las calles y alrededores de la ciudad salvada del exterminio. A partir de esa fecha, el pueblo empezó a reunirse en el Templo parroquial todos los años, para agradecer el estupendo milagro realizado por la presencia del Santísimo Sacramento, comparable en grandeza -nos atrevemos a decirlo- a los que se narran en la Sagrada Escritura.