#Cuaresma
En el marco del proceso sinodal, el caminar juntos y el tiempo de cuaresma, tiempo de preparación que inicio este pasado miércoles de ceniza siguiendo el mismo esquema, es decir, con un momento de encuentro/reflexión, oración y celebración Eucarística, el equipo de la Diócesis de Tumaco en cabeza de monseñor Orlando Olave Villanoba, celebro la Santa Eucaristía, donde se reflexionó en la Lectura del santo Evangelio según san Mt 9, 14-15.
“El ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el hambriento”.
El “Ayuno” es la palabra central de la liturgia de hoy. El ayuno es uno de los medios especiales, junto con la oración y la limosna, que nos pueden ayudar a la conversión del corazón en esta Cuaresma que acabamos de comenzar.
En la primera lectura, el profeta Isaías denuncia enérgicamente con qué hipocresía el pueblo está ejerciendo la práctica del ayuno, pues lo llevan a cabo con meros formalismos exteriores vacíos de sentido y de verdadero espíritu de piedad. Es claro que toda práctica de penitencia debe tener como fin la caridad, el amor al prójimo. Esto es lo que realmente agrada a Dios, que amemos a nuestros hermanos.
Esta palabra también nos interpela a nosotros, el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad y a la justicia entendida como misericordia. Precisamente Isaías, después de denunciar al pueblo su gran hipocresía, le dice claramente cuál es el verdadero ayuno que agrada a Dios, que no es otro que practicar las obras de misericordia para con el prójimo.
¡Cuántas veces nuestro egoísmo y el ponernos en el centro nos lleva a olvidarnos de las necesidades de nuestros hermanos! De nada sirve imponerse privaciones corporales si después somos incapaces de renunciar a nuestros propios intereses en favor de los demás. Como bien refleja esta lectura, el camino de la Cuaresma es doble: con Dios y con el prójimo. Nuestra conversión interior se notará no en nuestras palabras o ritos externos, sino en nuestras obras.
En esta Cuaresma, pidamos al Señor que nos ayude a buscar un sentido más profundo al ayuno y que éste nos lleve a hacer la vida más agradable a los demás.
¿Por qué tus discípulos no ayunan?
En el Evangelio de hoy nos encontramos con dos actitudes frente al ayuno. Por una parte, están los discípulos de Juan Bautista, que a pesar de que su maestro llamó raza de víboras a los fariseos, se unen a ellos para preguntar a Jesús, con cierto tono de acusación, por qué sus discípulos no ayunan. Tanto los discípulos de Juan como los fariseos están aferrados a las leyes hebreas, a las viejas normativas, para ellos el ayuno es señal de dolor y penitencia.
Este adherirse a las normas les impide reconocer la llegada del Mesías, y por tanto, de ver que ya está instaurado el Reino de Dios. Jesús se lo explica con la imagen de una boda, Él mismo se revela como el Esposo. Por tanto, no es momento de luto ni llanto, sino tiempo de alegría.
Y por otra parte vemos la actitud de los discípulos de Jesús que no ayunan, porque ellos ya han descubierto que Jesús es el Mesías, que ha venido a liberarnos de nuestros pecados y traernos la salvación. Por eso para ellos no es momento de penitencia corporal como el ayuno, sino más bien están abiertos a la palabra y a la gracia del Salvador.
Nuestra vida cristiana debe estar teñida de alegría, como lo estaba la de los discípulos de Jesús, porque estamos con el Novio, el único que nos saca de nuestras esclavitudes, el que nos trae una Paz verdadera y nos hace vivir con libertad.
En esta Cuaresma no seamos como los discípulos de Juan que, anclados en su legalismo, perdieron la oportunidad de estar con el Novio y experimentar la auténtica alegría.
Que nuestro ayuno sea un medio para poder desprendernos de las satisfacciones terrenales y nos ayude a tener el corazón más libre para amar más a Dios y a nuestros hermanos.
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