LA FAMILIA, SACRAMENTO DE COMUNION.
Lema: “Cuando en familia y comunidad nos escuchamos, el amor de Dios celebramos”
Tema: La escucha en familia y comunidad
Vamos avanzando en nuestro proceso de pastoral, estos años han sido muy duros, quizá hemos
atravesado uno de los momentos más difíciles de la historia reciente. A pesar de este momento complejo
hemos sido más fuertes que el “virus”, y a pesar del dolor sufrido estamos aquí, de pie, con el corazón
dirigido a Dios. Este año ha estado dirigido por el deseo de encontrarnos con Cristo a través del
encuentro con el hermano, sin duda esta motivación nos ha ayudado a seguir caminando en nuestra
tarea evangelizadora. Las distintas acciones pastorales, los encuentros de vicaría, la dinamización de
las distintas estructuras pastorales, la tarea evangelizadora en lo social, nos va poco a poco acercado
a ese ideal de iglesia: Iglesia en comunión, profética, servidora del Reino de Dios. No podemos olvidar
el Sínodo de la sinodalidad, al que hemos sido invitados por el santo padre: “ser una iglesia que
camina en unidad” y que nosotros hemos sido capaces de llevar adelante con los distintos encuentro
sinodales, tanto en las parroquias, las vicarias, las comisiones de pastoral y otras instancias sociales
de nuestra iglesia particular. Gracia por ese trabajo sinodal de este año, nos queda camino por recorrer.
Gracias por la tarea evangelizadora en cada una de las parroquias y vicarias de nuestra iglesia diocesana,
gracias por la tarea de todos los agentes de pastoral social. Que bien me siento cuando salgo a distintos
espacios y veo el respeto, cariño y admiración con el que tratan a nuestra iglesia diocesana. Eso es fruto
del trabajo de todos ustedes: Laicos, religiosas y religiosos, los presbíteros y seminaristas de nuestra
iglesia.
El próximo año pastoral vamos a reflexionar la realidad de las familias y las pequeñas comunidades.
Dos realidades que son fundamentales en la construcción de la verdadera sociedad, sin embargo nos
damos cuenta cómo están hoy sometidas a una agresión sin precedentes. Y que sin ánimo pesimista
nos llevaría a una sociedad sin futuro, caótica y desintegrada. Profundizaremos en los aportes y
características de la familia y las pequeñas comunidades como ámbitos dinamizadores de una sociedad
plena. Como hecho fundante para nuestra vida cristiana y que es alimento para cada uno de nosotros,
nuestras familias y nuestras comunidades reflexionaremos en el sacramento de la Eucaristía como
espacio comunitario por naturaleza. Toda esta reflexión la llevaremos adelante inspirados en el texto de
los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35. Permítanme presentarlos en tres puntos.
La historia. El Evangelio inicia relatando: Aquel mismo día dos discípulos se dirigían a un pueblecito
llamado Emaús…Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar
con ellos… sus ojos no lo reconocieron…Se detuvieron, y parecían muy desanimados… parece que
todo está perdido, se había acabado la esperanza en Él? También al notar la realidad y los titulares de
los periódicos podemos constatar con mucha frecuencia cómo en torno a la realidad de la familia y
nuestras comunidades descubrimos sus problemáticas. Se trata de la historia de los dos discípulos que,
después del Viernes Santo y hallándose en camino desde Jerusalén hacia la cercana aldea de Emaús, se
encuentran con Jesús (Cfr., Lc 24,13-35).
Durante casi tres años, habían estado a diario con él. Lo habían oído predicar y habían sido testigos de
sus milagros. Pero ¿lo habían conocido de verdad, lo habían entendido realmente? Salta a la vista que
no. Cuando la cosa se puso peligrosa, salieron huyendo; ahora se sienten amargamente decepcionados
y no desean sino regresar junto a sus familias. Mientras caminan, van lamentándose y rumiando su
decepción. Habían confiado en que Jesús habría de dar cumplimiento a sus expectativas y a la esperanza
de todo el pueblo, en que con él llegaría el anhelado reino de Dios. Pero el resultado ha sido muy
distinto. Los sumos sacerdotes habían conseguido que Jesús fuera condenado y ejecutado en la cruz.
Hacía ya tres días que todo esto había acontecido.
Cuando Jesús se les une y les pregunta por el motivo de su aflicción, su corazón está tan lleno de
amargura y tristeza, ellos mismos están tan sumidos en sus miedos y preocupaciones, que no son en
absoluto capaces de reconocerlo; sus ojos están cerrados. Quizá es el mismo sentimiento que
experimentamos nosotros al ver la realidad que vivimos en nuestro Pacífico nariñense. Es cierto que
cuando Jesús les va aclarando el sentido de la Escritura y les muestra que había sido voluntad de Dios
que él padeciera, sus corazones comienzan a caldearse; pero todavía están como afectados de ceguera.
Hoy también creemos que todo esta perdido, También nosotros en nuestro territorio hemos tenido que
vivir en medio de profundas decepciones. El abandono histórico que acompañado de la realidad de la
corrupción, han vivido nuestras comunidades, por parte de sus autoridades provocando que nuestros
pueblos alcancen niveles que en ocasiones llegan al 90 % de necesidades básicas insatisfechas, una
ausencia total de vías de comunicación, una educación que en algunas zonas llega a ser de las más
precarias del país, un deficiencia en los servicios de salud y servicios públicos. Este coctel de
desigualdad ha provocado un atraso histórico en esta región tan rica pero tan carente. No podemos
olvidar la realidad del racismo y la estigmatización a la que han estado sometidos nuestros territorios y
que se expresa en esta misma condición de abandono. Imposible desconocer la violencia sistemática a
la que ha sido sometidos nuestro territorios, provocando que en los últimos años nos hayamos
convertido en una región con la presencia de grupos armados, desde las guerrillas, paramilitares y
narcotraficantes, que aprovechando la sencillez de nuestros habitantes se hayan posicionado como
defensores de los pobres y humildes y hayan terminado siendo victimarios de nuestras comunidades.
Son miles los hombre y mujeres, en su mayoría jóvenes, los que hemos perdido como consecuencia
de esta ilógica violencia. No podemos olvidar las heridas que se ha abierto en tantas mujeres y niños
que han sido abusados psicológica, física y sexualmente en nuestras comunidades y que hoy siguen en
silencio.
La realidad de nuestras familias también sigue viviendo graves agresiones por la situación social que
vivimos en nuestros territorios y que provoca que las familias se desintegren, se aumenten los divorcios,
el largo tiempo que los papas deben ocupar para suplir las necesidades de sus familias, robándoles el
tiempo para la vida en familia, los continuos anti testimonios de tantos padres que han caído en las
redes de la ilegalidad y son mal ejemplo para sus hijos, el alcoholismo y la violencia intrafamiliar. No
podemos olvidar igualmente las leyes que hoy se quieren imponer por las falsas ideologías de
igualdad: El aborto, la eutanasia, la permisividad frente al consumo de sustancias psicoactivas, la
exagerada promoción de la tendencia homosexual. Esa son algunas de las heridas que tenemos en
nuestro territorio, y que han causado el miedo, la desconfianza, el dolor, la frustración y la desesperanza.
La memoria. Solo en la comida, cuando Jesús parte con ellos el pan, se les abren los ojos y lo reconocen.
De repente, su tristeza se transforma en gozo; desbordantes de felicidad regresan corriendo a Jerusalén
para informar a los demás discípulos de su encuentro con Jesús y relatarles cómo lo habían reconocido
al partir el pan. También nosotros podemos reconocer distintas experiencias que nos llenan de
esperanza y alegría, no todo es negativo. Y por qué no mirar también en nuestra memoria histórica lo
que ha sido la familia y la comunidad. Como Jesús, recurramos a la memoria para levantar nuestra
cabeza en el presente.
Si volvemos sobre el texto de Emaús podemos ver que la experiencia de los discípulos de Emaús, podría
pensarse como el de una pareja, aquí se habla que uno de los dos discípulos se llama Cleofás, que
algunas versiones postbiblicas lo traducen con Alfeo, en padre de Jacobo y en el evangelio de Jn 19, 29,
se nombra a una de las Marías como la esposa de Cleofás. Qué bello conservar esta imagen de la familia
que seguía al Señor Jesús, viven este encuentro y se convierten así en modelo de la familia Cristiana.
Por otra parte esta experiencia Eucarística se prolongó y repetió muchas veces. Los Hechos de los
Apóstoles nos cuentan que, en la primitiva comunidad de Jerusalén, los primeros cristianos se reunían
con regularidad para partir el pan en común (Cf. Hch 2,46). Quizás los exegetas no subrayan bastante
la intención teológica de un rasgo que nos atestiguan los Hechos (11,27-30). El gesto de solidaridad de
la Iglesia de los paganos con la Iglesia de Judea, víctima de la penuria, manifiesta el ensanchamiento
de la comunión concreta que los sumarios describían como típica de la Iglesia de pentecostés (2,44-
45;4,32-35). Al movimiento que llevó la fe de Jerusalén a Antioquía a Jerusalén. Lucas tiene interés en
señalar cómo apenas nacida del Espíritu, la Iglesia de los paganos actualiza también ella la comunión,
pero dándole la amplitud universalista que, desde el encuentro de Pedro y de Cornelio, apareció con
toda claridad como uno de sus elementos esenciales. No les basta a los autores de los primeros siglos
ver cómo nace así la iglesia de la irrupción escatológica de pentecostés. Tampoco se contentan con
percibir allí el comienzo de una revolución del mundo en todas sus dimensiones, diciendo que el don
del Espíritu del Señor restaura la humanidad abriéndole la comunión y cambiando así su destino.
De los tiempos de la iglesia primitiva tenemos numerosos testimonios que muestran que los cristianos
se caracterizaban por la participación en la celebración dominical de la eucaristía. El obispo mártir
Ignacio de Antioquia afirma que ser cristiano significa vivir de acuerdo con el domingo. Existen
testimonios de no cristianos que dicen que a los cristianos se les reconoce por el hecho de reunirse en
domingo. Es sabido que los cristianos de los primeros tiempos, no vivieron en el idilio, al contrario la
realidad de persecución, muerte, violencia, señalamientos, marcó los inicios de la iglesia. Durante las
persecuciones acaecidas bajo el emperador Diocleciano, los mártires de Abitinia declaraban a sus
jueces: “No podemos renunciar a nuestras reuniones de los domingos. No podemos vivir sin celebrar la
Cena del Señor”. Los antiguos cristianos de la época de las persecuciones habían entendido que la
celebración de la Eucaristía dominical pertenecía a su identidad: era la fuente de la que vivían, pues en
la Eucaristía se actualiza lo que Jesús dijo e hizo en la última cena, cuando repartió el pan a sus
discípulos y pronuncio las palabras: “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” (1 Cor 11,24;Lc
22,19). “Esta es mi sangre, que se derrama por vosotros” (1 Cor 11,24; Lc 22,19). “Esta es mi sangre,
que se derrama por vosotros” (Mc 14,24; Mt 26,28).
A través de los padres de la Iglesia1 podemos acercarnos a lo que significó la Eucaristía en la
comunidades cristianas de los primeros siglos. San Justino nos dice que “La presencia de Jesucristo en
las especies sacramentales es algo que está firmemente anclado en la fe de los primeros cristianos,
como lo vemos en estas palabras de San Justino. Esta comida se llama, entre nosotros, eucaristía, y a
nadie le es lícito participar de ella si no cree que son verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en
el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos
enseñó.
Porque esto no lo tomamos como si fuera pan común ni como bebida ordinaria, sino como nuestro
salvador Jesucristo, encarnado por virtud del Verbo de Dios, que tuvo carne y sangre por nuestra
salvación; así se nos ha enseñado que, en virtud de la oración del Verbo que de Dios procede, el
alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias – del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne
al asimilarlo – es el cuerpo y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado.
Por su parte san Atanasio deja esta maravillosa memoria: “Verás a los ministros que llevan pan y una
copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay
más que puro pan y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas
oraciones, entonces el pan se convierte en el Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor
Jesucristo….. Consideremos el momento culminante de estos misterios: este pan y este cáliz, mientras
no se han hecho las oraciones y súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas
extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se
convierten en su cuerpo.”
San Juan Crisóstomo nos dice que “Cuántos hay que dicen ahora: “Yo quisiera ver a nuestro Señor
Jesucristo con aquel mismo cuerpo con que conversaba con los hombres; ¡mucho me alegraría de ver
su rostro y sus vestidos, su calzado!” Yo os digo que al mismo Señor veis, tocáis, y aun coméis. Tú
deseas ver sus vestidos; pero Él se te da a sí mismo, no sólo para que lo veas, sino para que lo toques y
lo comas, y lo recibas dentro de ti. Nadie, pues, se acerque con desconfianza, nadie con tibieza: todos
encendidos, todos fervorosos y vigilantes.”
Hermosa es la declaración que hace san Justino sobre el encuentro de las primeras comunidades: “El
día que se llama día del sol (el domingo) tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que
habitan en la ciudad o en el campo. Se leen los Recuerdos de los apóstoles y los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el que preside toma la palabra y hace una invitación y exhortación a
que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y oramos por nosotros…. Y por todos los demás dondequiera
que estén, a fin de que seamos hallados justo en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los
mandamientos para alcanzar la salvación eterna.
Luego se lleva, al que preside, el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y
eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias
largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido “amén”, los que entre
nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino eucaristizados.”
La plegaria Eucarística de san Hipólito: de la primera mitad del siglo III, constituye el más antiguo
ritual de reglas litúrgicas que ha llegado hasta nosotros. Vemos cómo se ha conservado hasta nuestros
días casi inalterado….
El Señor sea con vosotros.
Y con tu espíritu.
¡ En Alto los corazones!
Los tenemos vueltos hacia el señor
Demos gracias al Señor.
Es propio y justo.
Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu amado Hijo Jesucristo, a quien Tú has enviado en estos últimos
tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de tu voluntad, Él que es tu verbo inseparable, por quien
creaste todas las cosas, en quien Tú te complaciste, a quien envías del cielo al seno de la Virgen, y que,
habiendo sido concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la
Virgen; que cumplió tu voluntad y te adquirió un pueblo santo, extendió sus manos cuando sufrió para
liberar del sufrimiento a los que crean en Ti.
Y cuando Él se entregó voluntariamente a la pasión para destruir la muerte y romper las cadenas del
diablo, aplastar el infierno e ilusionar a los justos, establecer la alianza y manifestar la resurrección,
tomó pan, dio gracias y dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo, que es roto por vosotros”.
De la misma manera también el cáliz, diciendo: “Ésta es la sangre que es derramada por vosotros.
Cuantas veces hagáis esto, haced memoria de mí”.
Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos el pan y el vino, dándote gracias porque
nos has juzgado dignos de estar ante Ti y de servirte.
Y te rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la Iglesia.
Une a todos los santos y concede a los que lo reciban que sean llenos del Espíritu Santo, fortalece su fe
por la verdad, a fin de que podamos ensalzarte y loarte por tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor y
gloria; al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos.
Amén.
También con la familia y la vida comunitaria podemos acudir a nuestra propia experiencia de memoria,
donde la familia y la vida de las pequeñas comunidades se convertían en el fundamento de lo que es el
Pacífico nariñense. Para todos nosotros, quizá para los que nacieron en estos territorios, mucho más, es
sabido el valor de la familia, lo que eso significaba en nuestros mayores, el valor de la familia extendida,
el significado del territorio, de aquello que llamamos sembrar el ombligo. Eso nos hacia pertenecer a
una familia más grande, no solo de sangre, todos me pertenecen yo les pertenezco a todos. Así lo
evidencia el padre Garrido: Lo más importante es “realizarse como hombre” (21,63) y “amar a Dios”
(20,49), que se completa con “subsistir” (9,57), muy semejante a la anterior de reproducirse. Por estas
respuestas vemos que el hombre encuentra su total realización haciéndose él mismo, amando a Dios y
tratando de “vivir en paz amando al prójimo” (9,43). Hay cierta diferencia con la anterior pregunta, en
la que se nos decía que el hombre existe para dominar el mundo, mientras que aquí apenas aparece en
las respuestas “transformar el mundo”. Parece que el hombre está para ser él mismo. La pregunta es:
¿Cómo ser él mismo? ¿Es en la sociedad, con los otros? Nos da una respuesta cuando nos dice amando
a Dios y conviviendo con el prójimo. No olvidemos que para que un tumaqueño sea persona, necesita
de la sociedad, como miembro de la misma que le instruye y ayuda en su realización plena, que sólo
llega a conseguirse cuando entra en el mundo de los antepasados.”
Otra investigación, esta vez del extraída del documento “Historia del pueblo Afrocolombiano” nos dice
que la familia se construye “por compadrazgo, por medio del vínculo que se establece con las personas
que apadrinan o amadrinan un hijo o hija, con quienes se es compadre y comadre ya sea por el bautismo
de agua de socorro, de óleo u otros ritos.
Se puede ser familia por afinidad, por ejemplo cuando se forma una pareja conyugal y a su vez se van
estableciendo relaciones con las cuñadas y cuñados, con la suegra y suegro; con los tíos y tías y así
sucesivamente. En regiones, como en el Chocó y en el Valle del cauca, en estos casos se habla de familia
política.
Se puede ser familia por paisanaje, porque, cuando se es de un mismo río o de una misma región, se
siente familia al encontrase con estas personas en un sitio distinto de donde se es.
Se puede3 ser familia por lazos simbólicos, estos son aquellos lazos que se van creando dentro de la
propia cultura y que tiene un gran significado para quienes pertenecen a dicha cultura. Por ejemplo los
hermanos de leche o de padrinazgo, la mamá de leche, los hijos de crianza, el compadrazgo de oreja es
decir quien le rompe las orejas a la niña, y en paga le debe dar un par de aretes, para que cuando sea
grande no se le pierdan los que se ponga. Muchos de estos parentescos simbólicos se van perdiendo
pues ya los renacientes no saben que sentido tienen.
Como resultado directo del tipo de vida que los afrodescendientes llevaron después de la abolición de
la esclavitud, se generó una sociedad muy flexible. No se lograba la plena aceptación de los
terratenientes, el estado y la sociedad en general. Nunca estaban seguros de que los iban a dejar en paz
y tenían que mantenerse con mucha libertad de movimiento. No había lugar para ellos en la sociedad
oficial y, en consecuencias, crearon un sistema muy práctico de relaciones, incluyendo las relaciones
entre hombres, mujeres y la crianza de los niños.
Así entendemos el predominio de la familia extensa, con estilo matriarcal, con una mujer mayor como
jefe, que controla el trabajo agrícola y toma de la responsabilidad del bienestar de los niños y niñas. En
este contexto las relaciones entre hombres y mujeres han sido muy flexibles. Una mujer y un hombre
pueden tener un hijo y no formar pareja permanente, y los niños quedar con cualquiera de los dos en su
nueva pareja o con las abuelas. En los últimos tiempos, las fuerzas económicas específicas tienden a
acentuar esta estructura familiar, separando a hombre y mujeres en el proceso de trabajo de libre
competencia de tal manera que el hombre asalariado queda más separado aún del hogar compuesto por
adultos mayores, mujeres y niños/as.
Los valores comunitarios de la solidaridad, el trabajo en minga, el respeto a la vida de todos, la relación
armónica con la naturaleza, el respeto a los mayores, el valor de la autoridad. Con esa memoria nos
debemos reencontrar hoy, para fortalecer el presente, para caminar juntos, para amar la vida.”
También como iglesia hemos promovido el valor de la familia como elemento esencial en la sociedad.
Al respecto el papa Francisco nos dice que “la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las
enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en
efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre.
En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11), madura la primera experiencia eclesial de lacomunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. “Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1657)».
La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias
domésticas. Por lo tanto, «en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos
los efectos, en un bien para la Iglesia. En esta perspectiva, ciertamente también será un don valioso,
para el hoy de la Iglesia, considerar la reciprocidad entre familia e Iglesia: la Iglesia es un bien para la
familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no
sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana».
El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. «El fin unitivo del
matrimonio es una llamada constante a acrecentar y profundizar este amor. En su unión de amor los
esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos
y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor celebran sus
momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia de vida […] La belleza del don
recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el cuidado amoroso de todos sus miembros, desde
los pequeños a los ancianos, son sólo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta
a la vocación de la familia», tanto para la Iglesia como para la sociedad entera.
La pequeña comunidad posee una larga historia en la vida de la iglesia. Recordamos muy bien los textos
que nos refieren al respecto, de manera especial en Juan, cuando Jesús coloca ese principio de la unidad:
Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean
uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el
mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí. (Jn 17,
21.23), o los texto de Pablo a los Romanos (Cfr. Rom 12 4-11) y Corintios ( 12, 14-31) que habla de
la iglesia como un cuerpo, una unidad.
Los comienzos de la iglesia también nos da maravillosas expresiones de lo que son las comunidades y
en donde fundamentar su estilo de vida. Uno de los primeros documentos postbiblicos es la Didajé, quien nos dice que existen unos deberes para con la comunidad cristiana “Hijo mío, te acordarás noche
y día del que te habla la palabra de Dios y le honrarás como al Señor. Por que donde se anuncia la
majestad del Señor, allí está el Señor. Buscarás cada día los rostros de los santos para descansar en sus
palabras. No fomentarás la escisión, sino que pondrás en paz a los que se combaten. Juzgarás
justamente, sin aceptación de personas para reprender los pecados. No dudarás si será o no será. No
seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar. Si adquieres algo por el trabajo de
tus manos, da de ello como rescate por tus pecados. No vacilarás en dar ni murmurarás mientras das,
pues has de saber quién es el buen recompensado de limosna. No rechazará al necesitado, si no
comunicarás en todo con tu hermano y de nada dirás que es tuyo propio. Pues si os comunicáis en los
bienes inmortales, ¿cuánto más en los mortales?.”
Por su parte San Ignacio de Antioquia en la carta a los Filadelfios invita a su comunidad: “Poned, pues todo ahínco en usar de una sola Eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más, que un solo obispo, justamente con el colegio de ancianos y con losdiáconos, consiervos míos. De esta manera, todo cuanto hiciereis, lo haréis según Dios.”
En otro lado san Policarpo pide que: “ceñidos vuestros lomos, servid a Dios en temor y en verdad, dando de mano
a la vana palabrería y al extravío del vulgo, creyendo al que resucitó a gloria y asiento a su
diestra…Ahora bien, el que a Él le resucitó de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, con
tal de que cumplamos su voluntad y caminemos en sus mandamientos y amemos lo que Él amó,
apartados de toda iniquidad, defraudación, codicia de dinero, maledicencia, falso testimonio….; no
volviendo mal por mal, ni injuria por injuria, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición.
Acordémonos, más bien, de lo que dijo el Señor para enseñanza nuestra: No juzguéis, para que no seáis
juzgados; perdonad y se os perdonará; compadeced para que seáis compadecidos. Con la medida que
midiereis se os medirá también a vosotros. Y: Bienaventurados los pobres y los que sufren persecución
por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.
Finalmente es maravilloso el testimonio que dan las comunidades cristianas por su estilo de vida y que
son resaltadas en el discurso a Diogneto: “Más, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo,
eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y
cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del
cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada
en la cárcel del cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agravio
alguno de ella, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la
aborrecen, y los cristianos ama también a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero
allá es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos están detenidos en el mundo, como en una
cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda
mortal; así los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los
cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, castigados de
muerte cada día, se multiplican más y más. Tal el puesto que Dios les señalo y no les es lícito desertar
de él. “
Este testimonio apostólico y patrístico se ha venido profundizando en nuestra iglesia latinoamericana
desde hace muchos años, constatando el valor absoluto de las pequeñas comunidades en la parroquia.
Los obispos en Aparecida evidencia esta importancia. “En la experiencia eclesial de algunas iglesias de
América Latina y de El Caribe, las Comunidades Eclesiales de Base han sido escuelas que han ayudado
a formar cristianos comprometidos con su fe, discípulos y misioneros del Señor, como testimonia la
entrega generosa, hasta derramar su sangre, de tantos miembros suyos. Ellas recogen la experiencia de
las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 42-47).
Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización.
Puebla constató que las pequeñas comunidades, sobre todo las comunidades eclesiales de base,
permitieron al pueblo acceder a un conocimiento mayor de la Palabra de Dios, al compromiso social en
nombre del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los
adultos, sin embargo, también constató “que no han faltado miembros de comunidad o comunidades
enteras que, atraídas por instituciones puramente laicas o radicalizadas ideológicamente, fueron
perdiendo el sentido eclesial”. Las comunidades eclesiales de base, en el seguimiento misionero de
Jesús, tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad y la orientación de sus Pastores como
guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los
más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y
semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia.
Manteniéndose en comunión con su obispo e insertándose al proyecto de pastoral diocesana, las CEBs
se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular. Actuando así, juntamente con los grupos
parroquiales, asociaciones y movimientos eclesiales, pueden contribuir a revitalizar las parroquias
haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los desafíos
de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el tesoro precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia. Como respuesta a las exigencias de la evangelización, junto
con las comunidades eclesiales de base, hay otras válidas formas de pequeñas comunidades, e incluso
redes de comunidades, de movimientos, grupos de vida, de oración y de reflexión de la Palabra de Dios.
Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro
de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo.”
Desde esta convicción de lo esencial que es la vida de las pequeñas comunidades, el papa nos deja una
reflexión contundente del valor de lo comunitario. “Esta salvación, que realiza Dios y anuncia
gozosamente la Iglesia, es para todos, y Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres
humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie
se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en
cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana.
Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia. Jesús no dice a los Apóstoles que formen
un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús dice: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos»
(Mt 28,19). San Pablo afirma que en el Pueblo de Dios, en la Iglesia, «no hay ni judío ni griego […]
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28). Me gustaría decir a aquellos que se sienten
lejos de Dios y de la Iglesia, a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también te llama a
ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!
Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser
el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en
este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den
esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita,
donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena
del Evangelio.”
Bellamente el papa Francisco una vez más resalta el valor de lo comunitario, catalogando como la
cultura del encuentro: “La palabra “cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus
convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una “cultura” en el pueblo, eso es
más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir
que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de “cultura del encuentro” significa que como
pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el
pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y
mediáticos…. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que
sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la
buena batalla del encuentro!…y continua….Este pacto también implica aceptar la posibilidad de ceder
algo por el bien común. Ninguno podrá tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos,
porque esa pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus derechos. La búsqueda de una
falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante, de quien cree que debe ser fiel a sus
principios, pero reconociendo que el otro también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el
auténtico reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que significa colocarse en el lugar
del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones
e intereses.
Por su parte desde nuestra Diócesis de Tumaco es claro el papel de las pequeñas comunidades y las
familias, y las incorporamos como opciones pastorales: Por la familia, pequeñas comunidad de fe (cebs)
y el acompañamiento a las organizaciones de base. Las CEB’s como comunidades de creyentes, que
se reúnen con la Santa Palabra de Dios Como centro, para reflexionar y proyectar la vida. La CEB’s
como pequeña comunidad cristiana de base, experiencia latinoamericana, de una iglesia en comunión,
donde la parroquia es la comunidad de comunidades. El encuentro en los grupos de familia con la
palabra de Dios es una urgencia. La pastoral parroquial no debe anclarse, necesita ir más allá, afuera,
con una pastoral de salida, de fronteras. Se tiene que volver a los valores familia. La familia como la
primera defensora y protectora de la vida (pero también hay que ver los nuevos desafíos que le están
siendo impuestos al concepto de familia que terminan en problemas psicológicos, emocionales y
espirituales)
La celebración. Cuando desde el hoy contemplamos el paso de Dios por la historia, que a pesar de las
dificultades, podemos seguir caminando, mirando la memoria salvífica, entonces nos sucede lo de los
discípulos de Emaús, que tras una cara triste, después del encuentro con el Señor Jesús, con la memoria
del resucitado, salen a anunciar el gozo de la pascua. Esto nos hace, como comunidad que creamos
y nos fortalezcamos en la unidad, que cree y se fortalece en la esperanza, que mira la historia con confianza y se abre hacia actitudes solidarias. Que reconoce el valor de la persona, que conoce y valora
lo trascendente, que ama y se relaciona armónicamente con la naturaleza.
Este año, queremos tener al centro la Eucaristía, pues como los discípulos de Emaús, solo desde este
Sacramento tomamos las fuerzas necesarias para avanzar en nuestro camino evangelizador. La
celebración de la Eucaristía es centro y cumbre de la vida cristiana y eclesial: recientemente el concilio
vaticano II nos da una maravillosa lectura de la Eucaristía: “La santa madre Iglesia desea ardientemente
que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones
litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud
del bautismo, el pueblo cristiano, “linaje escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1
Pe., 2,9; cf. 2,4-5). Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena
y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber
los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a
ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se
puede esperar que esto ocurra, si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del
espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea
antes que nada a la educación litúrgica del clero. 18 más adelante nos dice que “Nuestro Salvador, en la
Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre,
con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa,
la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo
de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una
prenda de la gloria venidera.”
En ocasiones la poca formación litúrgica que nos hace recibir cómo nuestras comunidades no alcanzan
a vivir el valor del sacramento eucarístico, el valor que se le da a otras realidades sacramentales, como
el agua o la imágenes, la ausencia de ministerios para el servicio del altar, como acólitos y ministros de
la Eucaristía. La poca participación de jóvenes y niños en las Eucaristías, el desconocimiento del valor
del domingo como día del Señor constituyen, por eso mismo, una señal de alarma que debería hacer
soñar todas nuestras alertas interiores de emergencia. Ponen de manifiesto una disminución de la fe, un
enfriamiento del amor. Dejamos sin respuesta el amor de Jesús. ¿Somos conscientes de lo hiriente que
eso resulta, del escaso agradecimiento que mostramos con tal comportamiento, de la culpa en la que
incurrimos? Algunos dirán: sí, pero los tiempos han cambiado; ya no vivimos en la época de los primeros cristianos. Cierto; pero, por lo que respecta a lo esencial, ¿es nuestra situación verdaderamente
tan distinta?
También a nosotros nos parece con frecuencia que Jesús está muy lejos, incluso ausente; también para
nosotros está a menudo como muerto. Al igual que los dos discípulos de Emaús, de ordinario estamos
tan ocupados con nosotros mismos, con nuestros problemas, planes y expectativas, con nuestras
preocupaciones diarias, con nuestras decepciones, que no podemos pensar en lo que de verdad cuenta
en la vida. El día a día nos acapara de tal manera que el domingo no llega nunca. Jesús ya no aparece
para nada, y nosotros nos quedamos solos con nuestras preguntas. Nos tragamos lo inimaginable, y
hacia fuera ponemos cara de estar libres de toda preocupación. ¡Cuanto bien nos haría reconocer que no
estamos ni mucho menos solos, que más bien hay alguien, Jesús que camina con nosotros! Él no solo
nos escucha cuando nos lamentamos y quejamos, sino que comparte con nosotros. Al partir el pan,
comparte con nosotros el sufrimiento y la muerte humanos, a la vez que nos permite participar en la
vida nueva de la resurrección. Se nos regala a si mismo y, con su persona, nos regala también, como a
los dos discípulos de Emaús, consuelo y esperanza, alegría y felicidad.
Reconocer a Jesucristo al partir el pan significa además, por supuesto, que también a nosotros,
cristianos, se nos debería reconocer al partir el pan, esto es, en el hecho de compartir y regalar. No en
vano se dice de los primeros cristianos: “Los creyentes estaban unidos y poseían todo en común” ( Hch
2,44). Solo podemos compartir el pan eucarístico si también compartimos el pan de todos los días. En
una descripción del estilo de la vida delos primeros cristianos se afirma: “Aman a todos y son
perseguidos por todos… Son pobres y hacen ricos a muchos; padecen escasez de todo y, sin embargo,
también tienen de todo en abundancia”.
En la fiesta del Corpus celebramos públicamente al Señor eucarístico y lo sacamos a las calles y plazas.
Lo cual significa que la celebración de la eucaristía debería repercutir en nuestra vida cotidiana. La
actitud que movió a Jesús durante la institución de la eucaristía en el cenáculo también debería movernos
a nosotros: “por vosotros”, “por todos”. De manera análoga a como Jesús se convierte a sí mismo en
regalo para nosotros, también nosotros deberíamos convertirnos en regalo para los demás. No podemos
olvidar, y por eso queremos resaltar diocesanamente el milagro Eucarístico sucedido en Tumaco en
1906, y que debe seguir resonando en nuestros corazones. Alegrarnos año tras año de como este pueblo
del pacífico vivió este acontecimiento y que nos debe llevar a valorar con más profundidad el valor de
la Eucaristía.
Hacer de nosotros y de nuestra vida un regalo para los demás es un mensaje que a la mayoría les suena
hoy extraño, porque uno de los rasgos esenciales de nuestra sociedad consiste en que, más que dar,
tratamos de recibir… para, a continuación, retener. Hay muchos que nunca tienen bastante, y luego
hacen todo lo posible por conservar las propiedades y los beneficios adquiridos. De ahí que estemos tan
encallados en todos los aspectos. Apenas hay algo que se mueva todavía, apenas hay algo que deje
mover. Tal anquilosamiento egoísta es un signo de muerte, no de vida, pues la vida nace del amor, y
solo quien entrega su vida la encuentra (cf. Mc 8,35).
Debemos dejarnos inspirar y motivar por el gesto de Jesús al partir el pan. Debemos aprender de nuevo
a compartir, a dar, a regalar. Necesitamos una nueva cultura del cariño, la solidaridad, el compartir y la
compasión. Para nuestra sociedad es una cuestión de supervivencia de los valores humanos; igualmente,
se trata en gran medida de nuestra credibilidad en cuento cristiano.
Reconocer a Jesucristo en la eucaristía dominical, hacernos reconocibles como cristianos merced a una
actitud eucarística de fondo: esa debe ser nuestra solución. Entonces podremos celebrar la partición del
pan con alegría y jubilo, como la comunidad primitiva ( Cfr. Hch 2,46). El amor de Dios manifestado
en Jesucristo nos contagiará y se convertirá en fuente de renovación para nuestra vida y para el mundo.
Qué bueno será también celebrar la experiencia de la familia en nuestra iglesia particular, fortalecerla,
defenderla, promoverla como esa experiencia fundante de nuestra cultura. Recordando una vez mas el
texto de Emaús, esta pareja-permítanmelo enfatizar de nuevo- ya no tenia miedo, ese miedo que le
habían expresado al caminante por el camino por lo tarde de su recorrido. La presencia de Jesús en sus
vida los hizo romper ese temor y salir a anunciar el misterio del amor. Qué bueno nosotros como
asamblea pastoral tomar en serio la formación de las familias, promoviendo la pastoral familiar en
todas nuestras parroquias, generando espacios de encuentro, de catequesis, de retiros espirituales. No
tengan miedo al camino, nos podría pasar lo de los caminantes, solo dejarnos llevar por el pesimismo
y decir que no se puede. Era uno de los mínimos diocesanos en este año. Recordemos, no trabajar por
la familia es dejar en manos del maligno la construcción de la sociedad. No podemos olvidar igualmente
que tenemos una misión fundamental en la iglesia y debemos promover el sacramento del matrimonio.
Signo de la familia como la desea Dios. No nos de miedo proponer ese modelo de hombre y mujer que
se casa para siempre. Esto exige hablarles a las nuevas generaciones con fuerza, con parresia, que este
es el querer de Dios para llegar a la madurez del amor cristiano.
Finalmente, quiero reiterar la importancia de las pequeñas comunidades o grupos de familia, que este
año tendrá un momento crucial. En los mínimos diocesanos hemos insistido en la formación de
animadores, quienes serán los que acompañen la vida de estas comunidades. Justo el próximo año,
como mínimo pastoral se nos invita a convocar las primeras comunidades. Mas adelante
profundizaremos en ese punto esencial. Las comunidades son signo de encuentro, de compartir, de
unidad. Volviendo al texto, los discípulos huyeron de la comunidad, por desconcierto y falta de fe.
También nosotros podemos vivir en comunidades desunidas, faltas de confianza, con divisiones. según
los estudios bíblicos, las ciudades que poseían murallas se cerraban al finalizar el día, Jerusalén esa una
de ellas. Por esto les invito a pensar, ¿al regresar a la ciudad de Jerusalén ya estaría cerrada. Por donde
entraron los discípulos…? era imposible hacerlo. Pero no siquiera esto detuvo a los caminantes de
regreso… no se preocuparon a pensando en el problema.. simplemente fueron y su mensaje traspaso
las murallas: Cristo ha Resucitado. Es esa la misión de los pequeñas comunidades: anunciar a Cristo
resucitado en nutras comunidades. Quiero recordar desde ya que el año 2024 llegaremos a las bodas
de plata diocesanas. Este año jubilar que viviremos lo iniciaremos el próximo 29 de octubre de 2023.
Desde ya les invito a prepararnos espiritualmente para este momento de gracias diocesana.
oportunamente les comunicaremos el camino que recorremos.
Que María santísima y nuestra Santa Patrona Santa Teresita nos ayude a caminar en nuestra tarea
evangelizadora.
DESCARGA EL DOCUMENTO ORIGINAL AQUÍ 👉 Ponencia magistral asamblea 2022.
Mira la ponencia en directo AQUÍ 👉
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